Manatíes en el Golfo de México
Tenía una relación un tanto fría con los manatíes. La primera vez que oí de ellos fue por mi padre que me contó que hace tiempo en Xochimilco, reliquia arquitectónica y obra de ingeniería sostenible próxima a Tenochtitlan que aún sobrevive a duras penas, había una plaga de lirios acuáticos que estaban jodiendo los canales. Alguien intentó meter unos manatíes para que de forma orgánica acabaran con el lirio.
—¿Funcionó? —pregunté.
—Se los comieron.
Claro. Son cómo un cerdo de media tonelada pero solo con las patas delanteras. Deben estar buenos, recuerdo que llegó a pensar mi cerebro más primitivo, ese que carga la herencia de la travesía por el Estrecho de Bering.
Después leería que los llevaron de Campeche y que no eran dos sino cuatro manatíes. Tampoco hicieron mucha publicidad a la solución de mover especies de un hábitat a otro cómo sino pasara nada, y la gente cuando llegó a verlos, se asustaban. No los conocían. Estaban pero no se les esperaba. Claro, “deberían estar buenos”.
Años después, viajando por el sur de la península de Yucatán, fuimos a buscar a Daniel. Un manatí encerrado. También con mi padre, y con Hannia, a quien le hacía gracia ver a Daniel mover el hocico mientras devoraba lechugas en vez de lirios.
—¿Por qué está encerrado?
—Por su bien. Lo estamos cuidando —nos dijo el hombre que ha dedicado tiempo a cuidar a Daniel—. Ya no sobrevive allá fuera.
Hay manatíes en todos los continentes, y son sensibles al agua fría. Les gusta el agua caliente, como a los humanos. También son sensibles a la contaminación, la pérdida de habitat, los manglares, y las hélices de los barcos. Todo muy de humanos.
Ya en Florida, se pueden ver muchos manatíes. Mucho más que en México. A mí me extraña un montón que una sociedad que usa un motor o una lancha para comprar el pan del desayuno y que no sabe vivir sin plástico y humo, sepa crear espacios de protección de vida salvaje mucho mejor y en mayor cantidad comparada con la —se supone—, sensible y conectada a la tierra raza cósmica mexicana. En el Golfo de México no solo hay reservas naturales de protección del entorno sino que, en un parque público (¡en USA!) cualquiera de un pueblo con un río puedes meterte a nadar con manatíes salvajes.
Y nadamos con ellos. Entré y salí del río tres o cuatro veces para ver uno, dos, tres manatíes comer, dormir y nadar con su media tonelada y su cola de sirena.
Una revelación fue salir del agua y ver unos niños del pueblo jugar en la playa del río, ignorando a los manatíes. Conviviendo, en vez de buscar comerlos. Por muy ricos que se vean.~
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