Respira, será un camino largo
¿Hasta donde sumergirte para realmente alcanzar la transformación?
LAS OLAS IBAN subiendo en intensidad. Había comenzado el curso de freediving en un lugar tranquilo en el mar, sin oleaje, con el reto de bajar en apnea 10 metros el primer día y 30 metros el segundo. Había llamado a mi madre para, entre otras cosas, contarle que lo haría. “10 metros no es nada”, contestó. “Yo he bajado a 13 metros y sin curso.” Todos en mi familia han bajado a 10 metros, mi madre, mi padre, mi hermana, mis hermanos. Vaya, contesté. Bueno, 20 metros es un reto. El oleaje dejó de ser tranquilo. Cuando el instructor, Máx, un francés super zen, me preguntó por qué quería hacer eso, contesté: Es un reto. Solo el 10 por ciento de los que hacen el curso logran los 30 metros, advirtió. Respira, acuérdate de respirar. El oleaje crecía, era cada vez más fuerte. Estábamos solos, dos personas agarrados a un salvavidas, solo con gafas y esnórquel, a 25 minutos de la costa más cercana. Unos minutos antes de partir, en la orilla de la playa, y contemplando la lancha que nos llevaría al punto elegido para comenzar el descenso hubo quien también preguntó: para qué. Me gusta la sensación de estar en medio del azul marino. Mirar para arriba y ver la luz del sol. “Lo mismo dijiste del scuba diving” dijo. Es un reto, rematé.
Está de más decir que cualquier proyecto que implique movernos a lo desconocido -la transformación digital- es un descenso al abismo. ¿Hasta qué profundidad debemos bajar? Lo sabremos conforme comenzamos… sentiremos frío y presión, seguramente que nos ahogamos. Pero tenemos lo que necesitamos, el equipo y la línea que nos conecta con el aire. Solo nos queda comenzar, y respirar. No nos olvidemos de respirar.
Mientras veía la pesa suspendida del salvavidas-boya a 30 metros de profundidad, también me pregunté: ¿Para qué carajo quiero bajar a 30 metros de profundidad en medio del océano? Porque es la penúltima frontera, me dije a mi mismo. Es un viaje, adaptándote a la poca luz, a los rayos del sol contados con los dedos de la mano. Al frío que va en aumento conforme vas bajando más y más. A la falta de aire. A las cuatro atmósferas de presión. A la ingravidez. Y bajé, sin pensar, boca abajo, sin mirar al fondo ni a la superficie, solo viendo el azul que iba cambiando de tono cada vez más oscuro, solo siguiendo la cuerda entre la boya y la pesa. Y llegué a la pesa. Vi el fondo marino que desde la superficie no se puede ver. Miré alrededor y vi a Max ingrávido, sonriendo, haciendo la señal de Ok. Ok, contesté. Y miré para arriba, no a la superficie, sino al sol. Claro, para cuando se pueda ser turista en el espacio, para eso quiero bajar hasta 30 metros. Para eso es este viaje. Esa es la última frontera. Comencé a subir contento, casi cantando. Lo intenté 6 veces más. En todas llegué a 30 metros. La última me quedé ahí, entrenando la ingravidez, sin aire, sin luz, con presión. Solo el azul océano, la pesa y la cuerda que sostiene una boya que flota en medio del océano y los rayos del sol recordándome que ese era el reto.
Al iniciar cualquier descenso hay que hacer una serie de respiraciones y llenar completamente pulmones con lo único que necesitamos: aire. La respiración es un recurso que nos calma, nos conecta con nuestro interior y, de alguna forma, nos protege del exterior. Respirar es lo único que vale si nos da un ataque de ansiedad, si creemos que el medio nos aplastará. Dice Craig Miller que respirar nos centra y nos planta, nos conecta con la raíz; justo lo que hacemos cuando buscado el por qué y el para qué de los proyectos que transforman.
De alguna forma, respirar nos conecta con lo más profundo de vuestra oferta de valor, el por qué y el para qué haremos lo que haremos. Y es todo lo que necesitamos para iniciar: Respira profundamente, acuérdate de respirar, será un largo camino.~
Charla Transformación... ¿hasta dónde debes sumergirte?
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