Un mosco en East Rock

Corría a un ritmazo. Pum, pum. Pum, pum. Daba los pasos como balas, iba disparado. En East Rock es lindo correr en las tardes de verano, hace calor pero los árboles lo atemperan hasta hacerlo fresco. Lo único malo son los moscos. Enjambres de miles, millones de mosquitos en la rivera del río, en los caminos de lodo, en los puentes que cruzan el agua; pero solo cierras la boca, y pasas, sigues… Pum, pum. Pum, pum.
—¡Auuu! —grité. Paré cerca de la intersección con un puente.
—¿Estás bien? —se acercó una chica que estaba por ahí. Se le escuchaba preocupada. Tenía una botella en la mano y se veía que iba a dar un paseo.
—Un puto mosco… pero en el ojo —le dije mientras me tapaba la cara intentando sobarme el ojo—. Mira que cierro la boca, ¿pero en el ojo?
—Eso no posible —dijo segura—. Los moscos se cuelan en la boca. Solo debes cerrar la boca.
Yo seguía intentando sobarme el ojo. Me dolía. Con el otro, veía su botellita de agua.
—¿Puedes mirarme el ojo? — dije quitando la mano e intentando abrirlo.
—Será la boca.
—El ojo, mujer. El ojo. Que me ha dado de lleno el mosco en el ojo.
—Pero los moscos se cuelan en la boca.
—¡Mírame el ojo! Olvídate del mosco.
—Lo tienes rojo.
—¿Me dejas tu agua para limpiarme?
Menos mal que se ha olvidado de los moscos en la boca.
—Claro, te ayudo —Destapó la botella y me la vació en la cabeza. Dejó un poco en la botella.
—Pero ¿qué haces?
—Te di mi agua. Hace calor. Cuídate el ojo y cierra la boca —de nuevo segurísima de ella misma.
Salí corriendo, disparado. Pump, pum. Pum, pum. A mis espaldas había un eco que gritaba: queda un poco de agua. Toma, para enjuagarte los moscos de la boca.
Yo, Corría a un ritmazo.~
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